domingo, 20 de noviembre de 2016

EL DON DE LENGUAS 1 Corintios 14

EL DON DE LENGUAS 1 Corintios 14












EL
DON DE LENGUAS

1
Corintios 14

Consideración
de algunas cuestiones



PARTE
I

Algunos plantean
que las “lenguas” que se hablaban en el capítulo 14 de 1 Corintios:

a)           
No son las mismas lenguas mencionadas en el día de
Pentecostés (Hechos 2), es decir, que no eran idiomas o lenguajes hablados en
otras partes del mundo, sino expresiones extáticas ininteligibles.
                  
 b)   No
eran entendidas, no solamente por los oyentes —de no haber intérprete—, sino
tampoco 
       por la misma persona que las hablaba, es
decir, que la inteligencia del hablante permanecía 
       pasiva (no obraba como en la profecía).

c)    Era también un don para uso privado
(supuestamente para la comunión del individuo con Dios, 
       aunque éste no entendiese lo que decía).
             
En el presente
artículo trataremos de demostrar, partiendo de las Escrituras y no de la
experiencia religiosa, el error de tales aserciones.


LENGUAS EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

“¿Cómo, pues, les oímos
nosotros hablar
cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 
Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en
Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las
regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos
como prosélitos,  cretenses y árabes,
les oímos hablar en nuestras lenguas
las maravillas de Dios
” (Hechos 2:8-11).

La
lectura de Hechos 2 nos muestra claramente el uso que el Nuevo Testamento hace
del término “lenguas”; en Pentecostés, las lenguas eran justamente eso: lenguas. Aquí vemos que las palabras
habladas tienen un contenido inteligible, es decir, que pueden ser entendidas. Nada tienen que ver las
lenguas con experiencias extáticas o jerigonzas, sino que se trata de un idioma
que los oyentes entienden perfectamente. Por lo tanto, expresiones tales como
«lenguajes extáticos» o «discurso extático» son simplemente erróneas puesto que
los términos «lenguaje» o «discurso» implican siempre la comunicación de
pensamientos inteligibles. Se les quiere atribuir la idea de «expresiones
extáticas» o «balbuceo extático», pretendiendo significar la emisión de sonidos
vocales sin contenido inteligible, pero, como dijimos, los términos «lenguaje»
o «discurso» simplemente no se corresponden con esa idea. Algunos paganos
profieren sonidos ininteligibles en relación con sus prácticas religiosas, y
algunos han tratado de ver esto en 1 Corintios 14; así también otros se
esfuerzan por relacionar las habituales prácticas carismáticas o pentecostales
con el pasaje de 1 Corintios. Esto es hacer el camino inverso: no se juzgan las
experiencias religiosas a la luz de las Escrituras —como se debiera—, sino que
se da por hecho que estas prácticas son las mismas que las que están en la
Biblia, e imaginan que esta última las avala, cuando en realidad lo que leemos
en la Biblia es algo totalmente diferente.

RAZONES POR LAS CUALES EL DON DE LENGUAS SE REFIERE A LENGUAJES

1. La palabra
lengua (glossa) es la que
habitualmente se usa para describir tanto el órgano muscular situado en la
cavidad de la boca como un lenguaje o sistema lingüístico. Se la usa una vez en
relación con el estado intermedio (Lucas 16:24) y otra vez para describir
lenguas repartidas (Hechos 2:3).

2. Marcos 16:17
reza: “Hablarán nuevas lenguas”.
Difícilmente la expresión “nuevas” se refiera a nuevos sonidos extáticos.

3. Hechos 2:4 dice
expresamente “otras lenguas” (heteros, esto es, diferentes). Este primer caso de hablar en lenguas interpreta su
significado: aquí no puede significar «otras palabras ininteligibles». Vemos
así que «La propia Escritura interpreta la Escritura».

4. Nada excepto la
imaginación puede suponer que hablar en lenguas en Hechos 10 y 19 es algo
diferente de lo que ocurre en Hechos 2.

5. 1 Corintios
12:10 se refiere a “géneros de lenguas”, lo que difícilmente signifique
«géneros de sonidos extáticos», «géneros de discursos no verbales» o «géneros
de sonidos ininteligibles».

6. “Interpretación
de lenguas” en 1 Corintios 12:10 se refiere a la interpretación de lenguajes, no a la interpretación de
sonidos o palabras de contenido ininteligible. No hay tal cosa como
interpretación de discurso sin contenido inteligente.

7. La expresión
“lenguas humanas” (1 Corintios 13:1), con toda seguridad significa lenguajes, aun cuando la expresión
“lenguas… angélicas” no nos resulte clara.

8. Las lenguas
edificaban al que hablaba en lenguas (1 Corintios 14:4). Por lo tanto, las
lenguas eran de contenido inteligente (es decir, podían ser entendidas), y no eran sonidos extáticos
sin significado. ¿Tendría algún sentido hacerle decir al texto: «el que habla
en palabras sin ningún significado, a sí mismo se edifica»? No existen palabras
sin significado.

9. “Hablar
misterios” (1 Corintios 14:2), cuando se habla en una lengua, señala algo
perfectamente inteligible; puesto que “misterio”, en el Nuevo Testamento,
siempre se refiere a una verdad que no se hallaba en el Antiguo Testamento,
pero que ahora ha sido plenamente revelada.

10. Hablar en
lenguas incluía también oración y acciones de gracias (1 Corintios 14:14, 16),
y ambas cosas no son posibles sin entender lo que se dice. No es posible dar
gracias de algo que no se entiende.

11. La expresión
“diez mil palabras (logous) en lengua” (1 Corintios 14:19),
sólo puede significar expresiones de contenido inteligente. Las lenguas o
lenguajes contienen palabras, y las palabras tienen significado.

12. I Corintios
14:28 sólo puede tener sentido si aquel que habla en lenguas habla a sí mismo
con un lenguaje capaz de entenderlo él mismo.

13. En ausencia de
pruebas en contra, debemos concluir que tanto Lucas como Pablo emplearon el
término “lenguas” con el mismo significado.

Diversos
esfuerzos, basados en algunas aparentes diferencias, se han llevado a cabo para
que “lenguas” en 1 Corintios, no signifique “lenguajes”, como en Hechos 2, sino
que se las quiere definir como algo distinto, esto es, como la pronunciación de
sonidos ininteligibles tanto para el que los profería como para los oyentes.

LENGUAS EN LOS HECHOS CONSTITUYEN LA PRUEBA DE LA INCORPORACIÓN DE LOS
CREYENTES A LA IGLESIA

Aparte de Hechos
2, hay otros tres pasajes en Hechos (cap. 8; 10:2-4, 22, 35 y 19:1-8) que
mencionan el hablar en lenguas y sobre los cuales no entraremos en detalle,
pero sólo diremos que en todos estos casos se trató de un evento único e
irrepetible que atestiguaron el hecho de que las personas que hablaron en
lenguas habían recibido el don del Espíritu Santo y fueron incorporadas así a
la Iglesia (1 Corintios 12:13). La compañía inicial de judíos creyentes (Hechos
2) habló en lenguas cuando se formó la Iglesia, pero cuando Pedro predicó
luego, en Hechos 2:37-42 y 5:14, la incorporación a la Iglesia no implicó
hablar en lenguas, lo cual ya había tenido lugar por única vez en Pentecostés.
Es decir, que los judíos que creían e iban siendo añadidos a la Iglesia después
de Pentecostés, no hablaron en lenguas como prueba de su incorporación a ella.

El segundo caso es
el de los samaritanos en Hechos 8, los cuales no habían recibido aún el
Espíritu Santo y, por ende, aún no habían sido incorporados a la Iglesia, lo
cual recién tuvo lugar cuando los apóstoles llegaron a Samaria y les impusieron
las manos identificando así exteriormente a los samaritanos con la obra en
Jerusalén. Al igual que en Pentecostés, hablar en lenguas en Samaria ocurrió
esa única y primera vez, a modo de extensión de lo ocurrido con los judíos en
Pentecostés y para evitar una iglesia samaritana independiente de lo que Dios
había hecho en Jerusalén.

El tercer caso es
el de Cornelio (Hechos 10:2-4, 22, 35), el cual, junto con los demás que
creyeron, recibieron el Espíritu Santo de la misma manera que lo hicieron los
judíos en el día de Pentecostés y fueron entonces incorporados a la Iglesia.
Hasta entonces, los gentiles no habían sido incorporados formalmente en las
bendiciones reservadas para Israel, y ahora Dios mostraba que tantos judíos
como gentiles participarían de la misma bendición.

El último caso
aparece en Hechos 19:1-8 que habla de doce discípulos (creemos que discípulos
de Juan el Bautista, si comparamos Hechos 19:3 con Juan 4:1-2) que habían
creído, pero aún no eran miembros de la Iglesia (como Cornelio, que era nacido
de nuevo, pero aún no había echado mano del Evangelio de la gracia). Se
hallaban sobre la base del Antiguo Testamento. El hecho de haber “creído”, no
significa que fuesen “cristianos”, lo mismo que Juan el Bautista (quien los
había bautizado y de quien habían oído que vendría uno que bautizaría en el
poder del Espíritu, Mateo 3:11), que David o Isaías, los cuales habían creído
en su tiempo, y eran hombres nacidos de nuevo, pero no por eso eran cristianos
ni miembros de la Iglesia. Un cristiano no es sólo alguien nacido de nuevo (o
sea, nacido del Espíritu), sino que, además, es alguien en quien habita el
Espíritu Santo, y por eso es miembro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13).
La muerte de Esteban (Hechos 7) marcó el punto en el cual el Evangelio comenzó
a expandirse fuera del círculo judío (Hechos 8); luego el apóstol Pablo fue
salvo (Hechos 9), y fue el gran mensajero a los gentiles (Hechos 9:15; 26:17).
Tal fue el gran cambio que tuvo lugar. En Hechos 19 el apóstol Pablo, al igual
que los otros dos apóstoles (Hechos 8), confirió el Espíritu Santo. Pablo,
pues, fue el instrumento utilizado para llevar a estos discípulos a la posición
cristiana. Tras recibir el Espíritu, fueron incorporados a la Iglesia.

De todos estos
casos aprendemos que judíos que habían estado con el Señor, samaritanos,
gentiles y discípulos de Juan declaraban por esta común manifestación exterior
de hablar en lenguas, haber sido introducidos en el cuerpo de Cristo en un
mismo plano de igualdad.

Podemos entender
que:

a) Después que
Pedro y los demás tuvieron la experiencia de hablar en lenguas en Hechos 2,
nunca más vemos a ningún judío que hablase en lenguas tras haber recibido el
Espíritu Santo. No ocurre en Hechos 2:37-47; 4:4; 5:14 ó 9:17-18, etc.

b) Nunca vemos que
los samaritanos hablasen en lenguas después de Hechos 8 (si asumimos que habían
hablado en lenguas allí).

c) Nunca oímos que
los gentiles hablasen en lenguas al recibir el Espíritu Santo después de Hechos
10.

d) Nunca oímos que
los discípulos de Juan hablasen en lenguas cuando recibían el Espíritu Santo
después de Hechos 19.

La naturaleza
esencial de hablar en lenguas en los Hechos y en 1 Corintios es la misma, es
decir, en ambos libros se refiere a lenguajes humanos. La diferencia radica en
el hecho de que en 1 Corintios se refiere a un don, mientras que en los Hechos no.

Las lenguas son
siempre una señal (cf. Marcos 16:17; 1 Corintios 14:22), pero en los Hechos,
las cuatro veces que se mencionan, las lenguas no se relacionan con el uso de
un don, sino que son de carácter único (es decir, que no se repitieron nunca
más) y constituyen la prueba de la incorporación de los creyentes a la Iglesia.
No es el caso de 1 Corintios 12
a 14, el cual se refiere a un don que reside en una
persona a quien le fue dado como señal para los incrédulos (1 Corintios 14:22).

Notemos también
que en los Hechos nunca vemos a nadie tratando de hablar en lenguas. No vemos a
nadie haciendo esfuerzos por querer hablar en lenguas, abrir su boca e iniciar
algo parecido. Tampoco hay registro bíblico de las extravagantes prácticas
religiosas de hoy tales como «risa santa», ladrar como un perro, caídas al
suelo en estado de trance, convulsiones, etc. Nada de esto es espiritual. El
espiritual discernirá estas cosas (1 Corintios 2:15). Se nos ha dado un
espíritu de dominio propio o de sobriedad (2 Timoteo 1:7), y, aunque en un
contexto diferente, 1 Corintios 14:32 señala la misma verdad: nada se hacía
bajo la acción de algún impulso incontrolable, todo era hecho bajo la guía del
Espíritu y los espíritus de los profetas debían actuar bajo el control de sí
mismos, sujetos a los profetas. El dominio propio es el fruto del Espíritu
(Gálatas 5:23).


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PARTE II

LENGUAS, INTERPRETACIÓN Y PROFECÍAS

Antes de
considerar con detalle algunos puntos del capítulo 14 de 1 Corintios, veamos
brevemente qué se dice en los capítulos 12 y 13 sobre las lenguas, ya que no
debemos olvidar que los capítulos 12, 13 y 14 no deben ser tomados
aisladamente, sino en conjunto.

EL DON DE LENGUAS

La primera mención
del don de lenguas en 1 Corintios 12 se encuentra en el v. 10: “géneros de
lenguas”. “Géneros” pareciera indicar clases de lenguas, es decir las
diferentes clases de lenguajes que hablaba la persona. El don de
“interpretación de lenguas” es un don concomitante y ambos dones se menciona en
el capítulo 14. El don de lenguas también se señala como “lenguas” en el
capítulo 13:8.

El don de lenguas
es un don milagroso, como lo atestigua su carácter de señal. En los eventos en
que se manifestaban las lenguas, la interpretación tenía lugar, y ésta también
era de carácter milagroso. El don de “géneros de lenguas” no fue dado para la
devoción privada. Los dones tienen como objeto el bien de los demás, y ninguno
es dado para uso personal. El ministerio cristiano es el ejercicio de un don, y
el ministerio tiene a los demás por objeto. Las lenguas en los Hechos y algunas
expresiones difíciles de entender en el capítulo 14 de 1 Corintios no deben
sacarse de contexto para oscurecer esta verdad.

LA EXPRESIÓN “LENGUAS DESCONOCIDAS”

Algunos sostienen
que hablar en lenguas es hablar en lenguas extrañas o desconocidas, es decir,
lenguas que nadie entiende en el mundo, para lo cual citan la expresión “otras”
lenguas de Hechos 2:4 y la interpolación “desconocidas” o “extrañas” de los v.
4, 13, 14, 19, 27 de algunas versiones como la Reina-Valera en castellano o la
Versión Autorizada en inglés. Se alega que “lenguas extrañas” son lenguajes
celestiales, desconocidos en la tierra, «misterios en el Espíritu», y se cita 1
Corintios 14:2, texto que trataremos en el capítulo siguiente. W. Kelly
escribió al respecto:

«Poco
se puede dudar de que la interpolación de la palabra desconocidas en los versículos 2, 4, 13, 19 y 27 de 1 Corintios 14
en la Versión Autorizada inglesa, dio lugar, y contribuyó, a consagrar el
engaño del enemigo. No es una prueba insignificante de los males de estas
injustificadas adiciones…» (An Exposition
of the Acts of the Apostles
, pág 18).

Seguramente las
palabras desconocidas o extrañas fueron interpoladas por los
traductores de la versión King James
y de la versión Reina-Valera, entre otras, debido a que no entendieron el
pasaje y se tomaron entonces esta libertad. Pero lo cierto es que Hechos 2 nos
da simplemente un relato de lenguas claramente conocidas y habladas en la tierra, lo que el sagrado escritor
describe como “otras lenguas”, las cuales son esencialmente las mismas
“lenguas” descritas en 1 Corintios 14.

EL DON DE INTERPRETACIÓN DE LENGUAS

Este don era
necesario para verter el contenido de lo proferido por el que hablaba en
lenguas, en el lenguaje de los oyentes de manera de servir de edificación. Un
intérprete (1 Corintios 14:28) era un cristiano a quien se reconocía como
poseedor del don de interpretación. Las personas no eran intérpretes
ocasionales, como este pasaje deja ver, ni tampoco lo eran los que hablaban en
lenguas ni los profetas, dones, estos tres, que permanecían en aquellos que los
habían recibido. Los dones (charismata)
no iban ni venían ocasionalmente, sino que permanecían en aquellos a quienes
les habían sido dados. Los intérpretes se reconocían estando o no presentes. Lo
mismo podía decirse de las lenguas, para las cuales, cuando debían emplearse,
era necesario que hubiese dos o a lo sumo tres (1 Corintios 14:27), lo que implica
que el primero que hablaría en lenguas debía saber que estaban presentes otros
que hablarían en lenguas.

EL DON DE PROFECÍA

¿En qué consiste
el don de profecía? W. Kelly escribió:

«No
debemos suponer que este don implica un hombre predicando. Profetizar nunca
significa predicar. Además, profetizar no es simplemente enseñar. Es, sin duda,
enseñar, pero es muchísimo más que eso. Profetizar es la aplicación espiritual
de la Palabra de Dios a la conciencia, que pone al alma en Su presencia, y hace
manifiesto, como la luz, al oyente el pensamiento de Dios. Hay muchas
enseñanzas, exhortaciones y aplicaciones valiosas, que no revisten el carácter
de profecía. Todas son verdaderas, pero no ponen al alma en la presencia de
Dios; no dan esa absoluta certeza del pensamiento de Dios que ilumina la
conciencia y juzga el estado del corazón delante de Él» (Lectures Introductory to the Study of the Epistles of Paul the Apostle,
pág. 84).

No hay
declaraciones inspiradas, predicciones proféticas ni nuevas revelaciones en la
actualidad. Pero en el sentido que W. Kelly habló de profetizar, sí tenemos
profetas hoy. En las palabras de C. H. Mackintosh:

«Creemos plenamente que, en este sentido del término, hay profetas
actualmente en la Iglesia» (Things New
and Old
, 12:22).

F. W.
Grant señaló al respecto:

«Este
precioso don [de profecía], por su misma naturaleza estaba particularmente
expuesto al menosprecio y a la desestimación de los hombres. Lo que comenzó en
Corinto [el menosprecio de las profecías] bien pudo haberse acentuado hasta
nuestros días, hasta el punto de llegarse a negar por completo la existencia
del don de profecía» (Despise Not
Prophesyings
, 1 Cor. 14, Helps By the
Way
, New Series 2:102 (1880).

La idea de que la
profecía sólo reviste carácter revelatorio, conduce a la conclusión de que hoy
en día ya no tenemos más profetas ni profecía en ningún sentido. Ello significaría que los corintios se reunían
simplemente para oír cuatro, cinco o seis revelaciones, y que hoy día no podría
tenerse ninguna reunión de asamblea para edificación sobre la base de 1
Corintios 14. Esto lleva a la conclusión de que el Espíritu Santo ya no tiene
más libertad de acción en las reuniones de asamblea y, por ende, deja el camino
abierto para la intromisión del clero. Romanos 12:6 reza: “
De manera que, teniendo diferentes dones,
según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida
de la fe.” Esta exhortación es incompatible con la noción de que un profeta
habla sólo por inspiración o habla sólo revelaciones. 1 Corintios 14:6
distingue entre revelación y profetizar, si bien profetizar, naturalmente,
puede incluir una revelación.

Efesios
2:20 es citado a veces como prueba de la cesación de toda profecía, alegándose
que:

1.          
Este pasaje
abarca todas las funciones del profeta.
2.          
Apóstoles
y profetas ya no existen más puesto que fueron dones fundacionales.

Es
cierto que tanto apóstoles como profetas fueron dones fundacionales, pero sólo
en el sentido de las comunicaciones de carácter revelatorio e inspirado que
dieron, “porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el
cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). Pero ellos pueden existir hoy en otro
sentido, sin incluir inspiración, nuevas revelaciones ni milagros, esto es,
teniendo un ministerio o una misión especial. Al igual que en la época
apostólica (Hechos 13:1) el don más abundante es el de profecía. Pero debemos
distinguir claramente aquel período, antes que el canon de las Escrituras se
cerrara, con el tiempo que sigue, a partir del cual ya no hubo más
revelaciones, milagros ni dones de señales. Hoy sólo nos queda el aspecto del
profeta que no incluye nuevas revelaciones. La comparación de 1 Corintios 14:3
con 13:9-10 muestra que la profecía continuará “hasta que venga lo perfecto”.
La profecía en 1 Corintios 13, se refiere al don de profecía mencionado en el
capítulo anterior. El don continúa, pero no en su aspecto revelatorio. La
importancia de “no menospreciar las profecías” (1 Tesalonicenses 5:20), radica
en el hecho de que ocupan un lugar prioritario en la lista de dones de Romanos
12, y también por el orden en que Dios puso profetas (1 Corintios 12:28), lugar
también reiterado en Efesios 4.

LENGUAS EN 1 CORINTIOS 13

“Las lenguas cesarán”

Las
razones generales para creer que las lenguas han cesado son:

1.          
La
función de las señales y milagros del Nuevo Testamento fue acompañar la Palabra
predicada por Cristo y sus apóstoles a fin de autenticarla.
2.          
Los
dones señales fueron dados mediante los apóstoles, y dejaron de darse después
de su muerte.
3.          
La
ruina de la iglesia
impide la continuidad de los milagros.
4.          
Una
consideración menor es que la historia sobre hablar en lenguas posterior al
período apostólico es seguida de falsas doctrinas.
5.          
La
Escritura dice que la ciencia y las profecías continuarían hasta que llegase lo
perfecto, pero que las lenguas “cesarían”.

La
consideración de cada uno de estos puntos nos llevaría más de lo previsto para
lo que nos hemos propuesto. Aquí sólo diremos unas palabras sobre el último
punto: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán
las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte
profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se
acabará” (1 Corintios 13:8-10).

El
pasaje dice que tanto “las profecías” como “la ciencia” se acabarán (El Nuevo Testamento Interlineal de Lacueva
vierte: “serán abolidos”), pero que las lenguas “cesarán”. El verbo empleado en
los primeros dos casos no es el mismo que el verbo empleado en el caso de las
lenguas. 1 Corintios 13:13 nos dice que la fe y el amor permanecen hoy en día.
Pero cuando veamos cara a cara, la fe será reemplazada por la vista y la
esperanza se habrá convertido en realidad. La fe y la esperanza, entonces, no
estarán más como hoy; pero no así el amor, el cual “nunca deja de ser” (v. 8),
es decir, continuará hasta la eternidad. Lo que es “en parte” del v. 10 (el
amor no es “en parte”) se refiere a las profecías y a la ciencia, y estos dos,
“cuando venga lo perfecto”, es decir, cuando llegue la perfección de la gloria,
cuando veamos al Señor cara a cara en cuerpos de gloria, “se acabarán”,
mientras que el amor permanecerá por la
eternidad.

¿Y
qué de las lenguas? No se dice que las lenguas “se acabarán”, sino que
“cesarán”. Ellas no perdurarán siempre, ni tampoco hasta que “venga lo
perfecto”, sino que cesarán cuando hayan cumplido su función. Creemos que las lenguas
cesaron con el fin de la era apostólica o hacia el final de ella, junto con las
demás señales, y con el oficio apostólico (cf. Marcos 16:17,20; Hebreos 2:3-4;
2 Corintios 12:12; Romanos 15:18-19, etc.). Respecto del término “cesar”,
consideremos las siguientes citas:

«Pauo:
Parar, cesar, terminar, se usa principalmente en la Voz Media en el Nuevo
Testamento, significando terminar, tomarse un descanso, cesar voluntariamente
(en contraste con la Voz Pasiva, que denota una cesación forzada)… 1 Corintios
13:8, de las lenguas» (W. E. Vine, Diccionario
expositivo de palabras del Nuevo Testamento
).

La
cesación forzada se refiere a “lo que es en parte” (o sea, al conocimiento y a
la profecía), los cuales serán abolidos, serán llevados a su fin por un acto de
poder: la venida del Señor Jesús por nosotros. Las lenguas cesaron
espontáneamente cuando concluyó la obra de los dones señal, llevada a cabo con
el objeto de la introducción y el establecimiento del cristianismo.

Con
respecto a los diferentes verbos empleados para lenguas (cesarán) y para
profecías y ciencia (serán abolidos), William Kelly escribió:

«Hay una
diferencia en la fraseología en cuanto a las lenguas en comparación con las
profecías y la ciencia, y se ha inferido de ello —y probablemente con justa
razón— que la cesación de las lenguas indica su extinción una vez que el
objetivo de Dios fuera alcanzado, mientras que los medios de edificación
continúan en el tiempo hasta que la perfección de la gloria los lleve a un
final relativamente abrupto. Aquellos que están habituados a la exactitud de
expresión de las Escrituras, no dudarán de que el cambio de palabras tiene por
objeto hacer notar una distinción» (Notes
on the First Epistle to the Corinthians
, pág. 223).»

Hemos visto que la ciencia y las
profecías son “en parte”, y que ambas serán abolidas cuando llegue lo perfecto,
esto es, en el tiempo de la venida del Señor. Las lenguas, junto con los demás
dones señales, terminarían cuando el cristianismo fuese establecido (aunque
esto no impediría que luego hubiese personas que imitarían o pervertirían la
verdad). Pero el don de hablar en lenguas realmente ha cesado y, si ha cesado,
el don de interpretación tampoco puede existir más.

Continúa en PARTE III


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APÉNDICE I

LAS
INVESTIGACIONES DE H. A. IRONSIDE ACERCA DEL PENTECOSTALISMO

Deseoso de
inquirir las cosas de primera mano, asistí a varias reuniones en muchas
ciudades diferentes. Creo que no puedo hacer nada mejor que describir un poco
de lo que he visto y oído.

En compañía de un
sobrio hermano, concurrí por primera vez en la ciudad de San Francisco. El
lugar estaba colmado de gente. Una mujer corpulenta dirigía en medio de gran
excitación. Para sorpresa nuestra, apenas nos sentamos cuando la mujer gritó:
«Necesitamos orar; dos enemigos de la verdad acaban de entrar. El Espíritu me
dice que están aquí para luchar contra la verdad. Pero yo les advertí que
estaban luchando contra Dios...etc.»

La reunión
continuó. Unos y otros testificaban, y algunos de manera hermosamente sobria.
Una cosa nos llamó poderosamente la atención en seguida: Ninguno dijo: «Señor
Jesús.» Ninguno clamó: «Abba Padre.» Ahora bien, puesto que éstas constituyen
dos pruebas Escriturarias de que el Espíritu Santo es el agente que lo controla
y dirige todo, en seguida sentimos la incongruencia de todo lo que sucedía
allí. Se hablaba mucho acerca del Espíritu Santo. La gente hablaba de “Dios”,
del “Dios Todopoderoso”, del “Todopoderoso” y de “Jesús”, de “Jesucristo” y de
“Cristo Jesús”, pero ninguno dijo “Padre” ni “nuestro Señor Jesucristo”.

Luego nos
estremecimos al oír por primera vez los misteriosos y chillones acentos
proferidos por una mujer supuestamente bajo el «poder», hablando en «lenguas».
Tomé nota con el mayor de los cuidados de cada sílaba y las anoté como sigue:
«Kuriah, Kuriah, Kuriah, Kuriah, ahke.» Esto es lo que ella repetía una y otra
vez hasta quedarse casi sin aliento, ¡mientras los demás gritaban encantados
ante esta supuesta prueba del control del Espíritu!

La mujer terminó
en un estado exhausto, y desde una esquina provino lo que sonaba como el gemido
de un alma perdida. Otra mujer, de rodillas, comenzó a entonar, en muy
melancólicos acentos: «La-a-a-a-la-a-a-ah-la-lala-la-ah-ahah-oh-oh.» Esto era
todo. Sin embargo, ello era aceptado como el gran poder de Dios.

Al final la líder
vino directamente a nosotros, y la resistimos cara a cara refutando su
declaración de que ella estaba viviendo sin pecado con la declaración opuesta
de que podíamos citarle capítulo y versículo específicos que constituían un
mandamiento directo de las Escrituras que ella había estado desobedeciendo a lo
largo de toda la reunión. Ella desafió su existencia, y entonces le leímos 1 Corintios
14:34: “Las mujeres callen en las congregaciones; porque no les está permitido
hablar...”. Mientras lo leíamos ella estalló en ira, hasta que creí justo
contestarle la irónica pregunta: «¿No teme perder por completo su santificación
enojada de esta forma?» Ella gritó: “¡Ustedes están poseídos por un demonio!» y
se retiró.

Pero cuando nos
marchábamos, nos siguieron cinco hombres y nos acosaron con preguntas, y nos
agradecieron que hayamos abierto sus ojos cuando oían la conversación que
habíamos tenido con la mujer. Huelga decir que no vimos nada en esa reunión que
nos hiciera sentir que el Espíritu Santo estuviese operando.

En Portland,
Oregon, otro hermano me acompañó a la «Burnside Street Mission». No hay
palabras para describir lo que vimos y oímos. El estado de excitación crispaba
los nervios. Más de doce personas oraban —o más bien chillaban— todas al mismo
tiempo. «Lenguas» se evidenciaban por doquier, y aquí, además, había
intérpretes. Un hombre se levantó y bisbiseó algunas sílabas incoherentes,
hablando cerca de medio minuto. Una mujer se levantó y, con voz aguda e
impresionable gritó: «¡Gloria a Dios, tengo la interpretación. El hermano dice,
oigan, oigan, oigan, yo soy Jesús el crucificado. Os hablo a vosotros, hijos
míos. Debéis renunciar al mundo; debéis ser libres de la mente carnal; debéis
bautizaros; resta poco tiempo, he aquí vengo pronto!»; y así prosiguió por casi
cinco minutos, hasta que llegamos a asombrarnos ante la sorprendente
condensación de una «lengua» que fue capaz de expresar en medio minuto lo que
llevó diez veces más de tiempo para su interpretación. Al final de la reunión
había un «servicio de altar» o «servicio de aposento alto», como algunos lo han
designado, el cual era una perfecta casa de orates. A duras penas podíamos
creer que tales escenas fuesen posibles fuera de un manicomio; y aun allí los
cuidadores no permitirían semejantes descontroles.

Casi a nuestros
pies un hombre cayó de espaldas retorciéndose y echando espumarajos como si se
tratase de un ataque de epilepsia. Sugerí que lo sacasen fuera del recinto, del
ambiente caliente o al menos que le dieran agua o que llamasen un médico o un
policía. A lo que uno gritó: «¡Quite sus manos del arca de Dios!» «Éste es el
Espíritu Santo.» Durante cuarenta minutos, por reloj, se retorcía en el piso y,
finalmente, dio unos pasos hacia atrás como si cojeara y cayó como muerto.
Entonces un «obrero» se abalanzó sobre su pecho, puso su boca sobre las narices
del hombre inconsciente y exclamó: «¡Recibe el Espíritu Santo!», y sopló con
fuerza en sus orificios nasales. Lo volvió a hacer repetidas veces (un
espectáculo muy desagradable). Finalmente, el hombre abrió sus ojos y se sentó
en seguida en una silla, fatigado y sin ningún resultado aparente.

Varios se nos
acercaron para hablarnos. Preguntamos especialmente cómo tal escena podía
conciliarse con el texto bíblico: “Dios no es autor de confusión [tumulto o
agitación; véase Lacueva, Nuevo Testamento interlineal], sino de paz, como en
todas las iglesias...” (1 Corintios 14:33). Ellos ardieron en ira. Un hombre
negro gritó: «Ustedes crean la confusión; estorban al Espíritu y están poseídos
por un demonio.» Así pues, la lamentable farsa prosiguió hasta que abandonamos
el lugar, angustiados al pensar que tales cosas pudiesen ocurrir en una «tierra
de Biblias».

Tiempo después se
me dijo que siete personas de esa misión fueron derivadas a un manicomio; y yo
mismo ví y conversé con una muchacha calva de unos diecisiete años que había
contraído fiebre cerebral a causa de la contranatural excitación, y había
perdido el cabello durante su enfermedad.

Sería innecesario
relatar otras reuniones que visité. Los detalles son tediosos y el tenor
general siempre el mismo. Tras haber visto y oído, sólo puedo decir que si hay
un espíritu obrando —lo que me parece evidente— éste no es el “espíritu de
dominio propio [mente sobria, sana, cuerda, según el vocablo griego]” (2
Timoteo 1:7), el cual constituye una de las características del Espíritu Santo
de Dios.

En lo que respecta
a las «lenguas», he oído a cientos de personas hablando bajo el «poder», y
jamás oí algo más allá de lo referido antes.

(«Apostolic Faith Missions And the So-called Second
Pentecost»
, págs. 7-11, Miscellaneous Papers of H. A.
Ironside
,
 New York: Loizeaux, vol. 1, sin fecha).







                                                                                                                    

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